Detesto la muerte. Toda mi vida, estuvo presente a nuestro alrededor, invadiendo nuestros menores gestos. muertos desconocidos dominaron mi infancia y mi adolescencia; muertos anónimos cuyo luto guardo; parientes de rostros tiesos en fotos amarillas de familia. Detesto esa atmósfera rezumante de temores y lamentaciones, de cólera y de impotencia, de adioses a medias, para siempre postergados, en la que me criaste; una atmósfera que devora toda intención de vivir feliz, tragándose todas mis posibilidades de placer y gozo.
La Memoria acorralada – Evelyne Trouillot