LOS CIERRES, largometraje realizado por Lucía Arellano, es un documental que se enfoca en mi vida, que parte contando mi decisión de denunciar por abusos al Director de su Colegio, y que como parte de ese proceso, me toca declarar en la misma comisaría donde mi padre fue asesinado.
El 2019 Lucía, mi hermana de historia, me propuso venir a Bruselas, Bélgica, para filmar mi vida cotidiana y también nuestras conversaciones sobre todo lo que había vivido en mi infancia.
En esas conversaciones hablamos mucho sobre las múltiples violencias que atravesaron mi infancia, hasta llegar al presente para proponer reflexiones de cómo transmitir lo vivido sobre todo a mis hijxs.
No fue un proceso fácil, ni para mi, ni para la familia que formé. Al final ha sido la primera vez que hablo, que digo, que cuento acompañado de mi compa de vida y de mi hija. A quienes les agradezco tanto por ser parte de esa fuerza que nutre mis luchas!
El trabajo, realizado en Bélgica, y producido en Francia, cuenta con Diseño Sonoro de Juan Torres, junto a Cristian Cárdenas y músicalización de Colombina Parra.
Comentarios de la directora - Lucía Arellano
Rafael es un prisma a través del cual observamos otro espacio-tiempo. Desde Bélgica queremos mirar Perú, y desde el presente queremos mirar el pasado. Los recuerdos suspendidos en la memoria de Rafael reaparecen según las circunstancias en las que vive y lo que le persigue en el presente.
La dualidad es el eje del planteamiento formal de nuestro trabajo. Hay dualidad entre las imágenes y la voz en off, como dos lenguas que se yuxtaponen. Hay dualidad entre dos silencios, el silencio en torno al abuso sexual y el silencio en torno al padre. A cada silencio corresponde una historia y una mitad de la película.
Las imágenes nos muestran el presente, es decir, una semana a finales de otoño en Bruselas. Vemos la vida cotidiana de una familia feliz, compuesta, en la que todo es seguridad y confianza en el futuro. Son imágenes banales: llevar a su hija al parque, ir al carrusel de la Grand Place, prepararse para la fiesta de San Nicolás. Junto a estas situaciones, esperan la mudanza al nuevo apartamento que acaban de comprar y que será el paso a una nueva etapa en la vida de la familia.
La voz en off de Rafael, reflexiva, a veces divertida, a veces infantil, nos transporta a otro lugar, nos lleva a Perú, y a otro tiempo, al pasado. Nos lleva a su infancia, cuando empezó a sufrir la violencia del director de su colegio. Rafael nos habla de ese silencio y luego pasa a otro silencio, en torno a la muerte de su padre y su militancia. Nos lleva aún más lejos, contando la historia de Micaela Bastidas en el siglo XVIII, de quien toma el nombre de su hija.
La imagen de su padre es una dualidad en sí misma, una persona que participó en el conflicto armado de su país, víctima y victimario a la vez. Esta situación genera en Rafael una angustia que aún hoy no sabe cómo procesar. Comprender la complejidad de esta dualidad es a donde queremos llevar a los espectadores de este camino psíquico.
Imaginamos esta película como dos caminos paralelos: por un lado, una experiencia sensorial sobre el tema de una familia en Bruselas, los colores pastel, el cielo constantemente gris, el eterno transporte subterráneo que no lleva a ninguna parte. Por otro, una historia a la vez íntima y política, donde la historia personal y la historia de un país se encuentran en un personaje: Rafael, huérfano de guerrillero, hijo de terrorista. En nuestra mente visualizamos el barrio de Lurigancho, las dificultades económicas de su infancia, el maltrato, el estigma.
Queremos utilizar una música atonal, electroacústica, que nos lleve a una dimensión alucinatoria, que nos permita ver el cielo gris de Lima detrás del cielo otoñal de Bruselas.
Sólo al final de la película la voz conecta con la imagen, y el personaje habla directamente a la cámara: es el momento de hacer «los cierres», como los llama Rafael.