Cavilaciones

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Los Ríos profundos de la violencia sexual

Acabo de terminar de leer por segunda vez “Los Ríos Profundos” y ha sido como leer otra novela. Me siento como si hubiera leído dos novelas que tienen exactamente los mismos personajes y paisajes. Aun así, me siento totalmente identificado con ambas novelas.

La primera vez que leí “Los Ríos Profundos” me identifiqué, quizás como muchos, con Ernesto. Mi padre me había “dejado”, siguiendo el camino de sus ideales, hasta que unos policías lo capturaron para torturarlo hasta morir. A raíz de esto, yo terminé viviendo en un nuevo lugar, muchos cambios ocurrieron de un momento a otro: cambié de barrio, de un departamento en Pueblo Libre con todos los servicios básicos, a un terreno en un pueblo joven de San Juan de Lurigancho sin agua, desagüe ni electricidad.

Lo único que no cambió fue mi colegio. Yo continué estudiando en el “Héctor de Cárdenas”, un colegio alternativo y de clase media. Esto hizo que viviera dos realidades, y que no tuviera que hacer mucho esfuerzo para tener vidas en paralelo, marcadas sobre todo por la sensación de no pertenecer a ninguna de las dos.

De esa primera lectura tengo el recuerdo de los esfuerzos que hacía Ernesto por comunicarse con su padre, del orgullo que sentía por él, una emoción casi tan fuerte como la falta que le hacía. Recuerdo lo que me hacía sentir al leerlo y pensar mucho en ese dualismo que yo sigo sintiendo con respecto a mi padre, la sensación de orgullo tan fuerte como la sensación que me deja su ausencia. Leer la novela esa primera vez me dejó contento, con la sensación de emociones compartidas, con el aprendizaje de múltiples formas de comunicarse con el más allá, a través de los zumbayllus (trompos), de los ríos, de las montañas, del canto…

Por el contrario, leer por segunda vez esta novela de Arguedas, me ha dejado angustiado. Esta vez la leí luego de muchos cambios en mi vida. Hace casi tres años denuncié que Juan Borea, el director de ese colegio alternativo y de clase media, el “Héctor de Cárdenas”, me había usado para su placer cuando yo era un niño. Hace un poco más de dos años soy padre, y pensar en mi niñez y los impactos de todas las violencias que viví, es algo que atraviesa mi día a día.

En esta segunda lectura no pasó desapercibida, como en la primera, toda la violencia sexual que acompaña a lxs personajes de la novela. Las violaciones a la demente por parte de los alumnos, los curas y trabajadores del colegio; los abusos sexuales de los curas a los alumnos en varias ocasiones, algo que Arguedas no nombra explícitamente pero de lo cual a mí no me quedan dudas.

Nunca he escuchado ni leído ningún comentario sobre los abusos sexuales de los curas cuando se habla de “Los Ríos Profundos”. A raíz de este nueva lectura, busque análisis sobre las obras de Arguedas y la violencia sexual y tampoco encontré referencias a los abusos de los curas. Sólo referencias a las violaciones a la chica que Arguedas llama la demente. ¿Tan naturalizada es está situación que hasta pasa desapercibida?

Aún hoy esas violencias sexuales son tan cotidianas como muchas veces negadas o invisibilizadas. Violencias sexuales cometidas en su mayoría contra niños y niñas, contra mujeres y contra las personas LGTBIQ+. Violencias ejercidas por hombres, profesores, curas, padres de familia, tíos, primos, hermanos. Hombres que muchas veces tienen una imagen tan positiva que les permite ocultar lo que son, hombres que ejercen tanta violencia que imponen el silencio, pero nunca por siempre.

Algunas de esas violencias sexuales las llegamos a denunciar. Algunas llegan a convertirse en denuncias legales. Algunas logran penas de cárcel para los violadores. Lamentablemente muchas quedan impunes. Algunas, a pesar de la denuncia legal, prescriben, y los agresores y sus agresiones quedan impunes.  La impunidad para quienes nos usaron para su placer. Impunidad que pareciera nuestra culpa por todo el tiempo que nos toma denunciar lo que nos pasó cuando éramos niños, esa es mi historia. 

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