Cavilaciones

Cavilaciones

Nuevos elementos para recordar un 17 de abril

Dedico esta historia a los peruanos que conocieron la historia, a los que no la conocieron y a los que, conociéndola, no la pueden contar.

                                                                                                 Vera lentz

Hoy fui al museo de la memoria de ANFASEP, acá en Huamanga, Ayacucho. No pensé antes de entrar que pudiera tener algo que me impactará tanto. Quizás por eso no me preparé como cuando fui a ver Yuyanapaq, o cuando voy a ver una obra de los Yuyachkani sobre el conflicto armado, o cuando doy, mejor dicho daba, algún testimonio sobre mi historia durante el conflicto armado interno.

No me preparé, entré así de frente, con la confianza de alguien que conoce de cerca muchos de los horrores de la guerra, de aquel que conoce la tortura de forma cercana. Así entré. Y estuve largo rato entre muchas historias de desaparecidos, leyendo esas pequeñas reseñas que mucho y nada me decían. Estuve entre ropas que nos invitaban a pensar en personas más allá de las fotos, a imaginárnoslas usando esas ropas, pensando en su forma, sus cuerpos, su andar, sus gestos, es decir humanizando esa historia.

En medio de todo ese vaivén de historias que pugnan por seguir presentes, había un cuarto, me lo alucinaba pequeño, aunque no se podía vislumbrar si lo era o no, pues estaba a oscuras. Lo sé porque había una rendija pequeña en el medio de esa gran puerta. Quizás, en esa época, que tratan de representar, por una rendija similar se podía ver lo que pasaba dentro o, seguramente le daban de comer a la persona que tenían dentro, o simplemente, como en tantas películas que uno ha visto, la habrían para joder más a la persona que ahí dentro estaba.

Esa rendija formaba parte de una puerta más grande, de metal, con un gran seguro, al lado de esa gran puerta había una inscripción que decía CUARTO DE TORTURA, al lado un interruptor.

No sin nervios, no sin indecisión, fui acercando mi mano al interruptor. Sentía que apagaría alguna de las luces del museo, que por cierto no es muy grande, por lo que se darían cuenta y me puse como más nervioso. Muy en el fondo sabía que ese interruptor prendía una luz dentro de ese cuarto, ¿chico? ¿grande?, quién sabe, y lo prendí.

Realmente no estaba preparado, una imagen aterradora que sigue rondando mi cabeza, un hombre de rodillas, con semblante andino, lacio, trigueño, el rostro ensangrentado, descalzo, con una expresión de dolor, de rabia, de incomprensión. Parado a su lado cogiendo las cuerdas que ataban las manos del torturado un militar, no recuerdo su rostro, creo que no lo quise ver. Recuerdo que con la otra mano se simulaba los golpes que le daba al torturado.

Mi mente voló y a pesar de las diferencias, él lacio, mi recuerdo era de un crespo. Él trigueño, mi recuerdo era de un negro. Él más menos gordito, mi recuerdo de una persona delgada, fuerte pero delgada. Él de rabia, incomprendiendo por qué le pasaba eso, mi recuerdo es de una persona que sabía por qué le pasaba.

Quizás lo que une esta simulación y mi recuerdo sea la rabia, la rabia que se ve en el rostro del torturado, la rabia que debió sentir mi padre cuando le hacían lo mismo, la rabia que hoy, justo ahora no dejo de sentir, no sólo por mi padre sino por las miles de personas que sufrieron torturas. Hombres y mujeres.

Hoy no terminaré estas líneas de forma alegre, tratando de esperanzar y esperanzarme, hoy a mí la rabia me consume, la incomprensión, Ayacucho siempre tiene eso para mí. Es difícil estar acá, creo que siempre lo será, a pesar de no tener alguna historia que me ligue con Ayacucho, su estatus de departamento emblemático cuando del conflicto armado interno se trata, de sus consecuencias y causas se trata, hacen que tenga esta relación compleja, con su gente, con sus procesos, con su forma de vivir la memoria, en general con su territorio.

Definitivamente no estaba preparado para darle más corporalidad a lo que sucedió un 17 de abril de hace ya 21 años. Definitivamente hoy ese hecho, ese “recuerdo” lo lleno de imaginación, lo ficcionalizo, ayudado por hechos como el vivido en el museo de la memoria, ayudado por la compañera que cayó junto a él y también fue torturada.

Yo quiero recordar que pensaba en sus compañerxs, en no delatar a nadie. Recordar que pensaba en mí, en mi hermano, en mi madre, en su familia. Que pensaba en que todo lo que hizo y le estaban haciendo y que en medio de todo eso pensaba que ofrendaba su vida para que sus hijos pudiéramos vivir en una sociedad distinta.

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