Cavilaciones

Cavilaciones

Reseñando «La hora azul» de Alonso Cueto.

Terminé de leer «La hora azul» de Alonso Cueto, y me dieron ganas de compartir mis impresiones.

En primera un dato: desde hace un tiempo decidí leer novelas y textos sobre la guerra interna en el Perú, que para muchos son ya clásicos pero que yo, más interesado por esos otros que creo pocxs leen, nunca leí estos textos. Tengo pendientes reseñas de «Radio Ciudad Perdida» de Daniel Alarcón, y de «La sangre de la aurora» Claudia Salazar Jiménez.

La hora azul me gustó. Mucho. Me atrapó. Lo leí en pocos días. Siempre queriendo saber lo que iba a pasar. Pero confieso que me tomó algunas páginas que me llegara a gustar. Al inicio, me desagradó mucho la forma en que el Dr Adrian Ormache, el personaje principal, describía a las personas. Siempre de forma despectiva. Y luego vino algo quizás obvio: así es el personaje y no necesariamente quien escribe. Igual me hizo pensar en muchos libros, de ficción o no, en donde se describe el físico de los personajes y muchas veces se logra vislumbrar el desprecio por los cuerpos no blancos, flacos…

Fueron una cuantas hojas en donde describía su vida, y todos los personajes que lo rodeaban, hasta que nos cuentan de un par de episodios duros y tristes: la muerte de su padre y luego de su madre, que terminan rompiendo el silencio que rodeaba la vida de Adrian. De un momento a otro se da cuenta de todo lo que podría implicar que su padre fuera el militar que dirigió un centro de detención en Ayacucho durante la guerra interna. Como el mismo lo dice, ir descubriendo todo aquello que no le habian contado sobre su historia rompe en alguna medida, su indiferencia, y termina motivando a encontrarse con su pasado.

No los quiero spoilear, pero así, luego de esos eventos duros, empieza a conocer realmente quién fue su padre y su madre, lo que lo lleva a buscar a Miriam, la otra personaje central de la novela. La búsqueda que inicia él, un abogado renombrado y con mucho dinero, para encontrar a ella, una mujer ayacuchana pobre y que tuve que migrar a Lima por la guerra, lo lleva, y así a quienes leímos la novela, a un viaje por diferentes clases sociales de la sociedad limeña. Nos hace viajar también desde los «barrios» acaudalados de Miraflores y San Isidro, pasando por el centro de Lima y Breña, hasta los barrios populares y pueblos jóvenes de San Juan de Lurigancho.

Un recorrido desde la mirada de un pituco sanisidrino. Una mirada, de alguien de un mundo que, como lo dice Miriam, no pertenece al de ella:

«—No puedo estar sin verte —le dije—, tengo que verte siempre.
—Pero tú eres de otro mundo —me dijo [Miriam] —. Vienes de demasiado lejos, tú ya sabes eso, ¿no?
—¿Por qué?
Una larga sonrisa le atravesó la cara…»

«Yo podía ser un abogado de cierta importancia, pero esa tarde era un extraño tocando la puerta de un desconocido llamado Paulino Valle que vivía a varios kilómetros de mi casa pero a una distancia sideral del planeta que yo habitaba. Yo venía del otro lado de la realidad, de una dimensión en la que la gente se sube a automóviles y se acuesta en camas anchas y se despierta mirando armarios con filas de ropa. ¿Qué le iba a decir?»

Me parece potente cuando ella se lo dice. Me parece, que una vez más, la literatura da cuenta a que punto en el Perú siguen habiendo distancias enormes entre unos grupos y otros, marcadas por el racismo, el clasismo y el centralismo. Pero no es solo la distancia, es también la indiferencia frente a ella, frente a lo que viven esos otros que no pertenecen a mi grupo. Esa indiferencia que marcó a la sociedad limeña que durante la guerra interna ni se inmutó cuando en los andes y en la amazonía se masacraban a lxs peruanxs, como lo dice la misma comisionada de la verdad, Beatriz Alva Hart, solo cuando las bombas llegaron al corazón de Miraflores, recién ahí dijeron tenemos realmente que hacer algo.

La novela tiene temas recurrentes en nuestra sociedad, además del despreció histórico de la aristocracia limeña hacia todo los demás, está también el tema de las ausencias de los padres, el hecho de que millones de personas crecieron sin sus padres, o teniéndolos pero realmente no sabiendo nada de ellos. Me puse a pensar como frente a la ausencia, muchas personas terminamos por idealizar a nuestros padres, construyendo relatos que hoy encuentro son menos la búsqueda de crear un personaje positivo que nos haga sentir bien y más en que es una forma de ayudarnos a aceptar esas lejanías, distancias, esas ausencias. Es una forma de hacernos cargo de todo lo que ellos no hicieron y que de una u otra forma nos legaron. Así interpreto cuando en una conversa entre Adrian y su amigo Platón dicen:

«—¿Que me perdone por qué?
—Puta, por tener un padre tan cabrón como el tuyo.
—Yo no tengo la culpa de mi padre.
—Claro que sí, o sea en parte tienes la culpa, oye.
—¿Por qué?
—Todos tenemos la culpa de nuestros padres, y de nuestros hijos también.
—No sé por qué.
—Porque sí.
—Qué tonterías dices, oye.
—No sé, a mí me parece que tenemos la culpa. Son nuestros padres y nuestros hijos, no son unos cualquiera. Son como nosotros. No podemos librarnos de ellos.
—Pero no somos culpables de lo que hagan ellos, pues.
Sonrió. Puso los codos en la mesa y cruzó las manos.»

Están también en gran medida los silencios, sobre todo los autoimpuestos. Somos una sociedad que perdona el pecado pero no el escándalo. Que promueve el silencio, sobre todo frente a las violencias y a la violación de derechos. Cuántas personas que han sido víctimas de violencia, sexual, familiar, política, económica… no han tenido que, o siguen, guardando silencio, en muchos casos porque hablar solo significaría más dolor. Están también, como es el caso del personaje de la novela, quienes ocultan esos hechos que podrían acabar con la buena imagen familiar, y así perder sus privilegios.

Y sin embargo, aunque la entendía, aunque compartía sus reservas, me irritaba la callada desesperación de Claudia por ocultar la historia de mi padre. No es que yo quisiera divulgar esa historia, me daba cuenta de los inconvenientes que podría traerme. No quería divulgar la historia pero tampoco quería ocultarla.

Hay varios temas recurrentes, pero quiero comentar sobre todo uno: mostrar a los militantes de Sendero Luminoso como los perpetradores más sanguinarios, unos monstruos que querían acabar con todo. Al mismo tiempo que se construye una mirada compleja de los militares, quienes al mismo tiempo son perpetradores y víctimas. Y, finalmente, el hecho recurrente de que al hablar de la guerra interna solo se hable de estos dos actores, dejando de lado al MRTA, a los ronderos, a los movimientos sociales y partidos políticos. Podrán decir que quizás no era el centro de lo que quería contar, pero ¿por qué tan seguido en la literatura peruana, la académica, las artes, se habla solo de SL y los militares dejando de lado a tantos actores, construyendo una mirada reducida de todo lo vivido?

Y sí, en el texto nos relatan tantas atrocidades cometidas por los militares, y al mismo tiempo nos hablan de todo lo que sufrieron. Nos cuenta de las torturas y de los asesinatos que cometieron, y al mismo tiempo de sus vidas duras porque en cualquier momento podrían morir en manos de SL; por la lejanía de sus familiares; por las penurias que vivían.

«Los prisioneros que se enfrentan a una pistola en la sien bajo las risas de un grupo de soldados. Desde allí, para los prisioneros, había sido una proeza mirar de frente a la muerte, la palidez de la piel, zambullirse en el túnel de las horas de torturas, una mesa, un par de sillas, esas paredes de ladrillos, un foco blanco, sigue gritando nomás, terruquito, más fuerte, grita más fuerte.
Pero los torturadores también tenían miedo, también estaban sometidos y atrapados. Los soldados tomaban desayuno riéndose. Así me lo había dicho Guayo Martínez esa tarde. Era la carcajada del miedo. Los soldados desayunaban riéndose, sabían que podía ser el último día de sus vidas, una emboscada, una granada, un asalto, un tiro desde la nada en una patrulla. En cualquier segundo la explosión, el lago de sangre, el cuerpo despedazado, si hay suerte un ataúd con una bandera peruana y listo. Uno se convertía en una cifra más en la estadística. Nadie se iba a acordar.»

Y cuando nos hablan de SL nos hablan solo de las atrocidades que cometieron.

«Había sido así también para Miriam. Ella nunca había salido de ese corredor de su última noche de Huanta a Huamanga, no había podido apartarse de la delgada línea que sus ojos creaban para persistir. Esa línea se había interrumpido. Había tenido que correr antes de que llegara la mañana, antes de que llegara la claridad donde estaba en peligro, la hora azul de la primera madrugada. Iba a estar bien mientras corriera. Pero ahora se había detenido. Ahora estaba en su bosque de fantasmas anónimos, una hondonada entre dos cerros en el camino a Huanta. Encima de ella, estaban los otros cuerpos. El de Hugo Matta, que se negó a que los senderistas le quemaran su carro y que murió de un tiro en la cabeza; y el de Leonidas Cisneros, el teniente gobernador que no quiso que los senderistas tomaran su pueblo; y el del hijo de Teodoro Sillipú, a quien los senderistas habían rociado con gasolina y habían amarrado bajo el sol del mediodía para que se quemara lentamente, y el del señor Luis Zárate, a quien habían degollado y colgado en la Plaza de San Miguel de Rayme, y el de los seis hijos y el esposo de la señora Paula Socco. Todos ellos habían existido, habían respirado bajo el cielo que me cubría, habían estado tan cerca. Y ahora ya casi nadie sabía de ellos. No existían. No eran nada. Su recuerdo era un enorme silencio en un camino de montañas. Iban a ser recordados un tiempo por una poca gente de su lado. Del otro lado, la gente del otro lado.»

Creo que el único momento en que se vislumbra una mirada algo diferente, o un intento por tratar de acercarnos a los porqué de la decisión de militar en SL, es cuando habla de Abimael…

«La cara de Abimael era un paquete de facciones disciplinadas por la gravedad, ojos negros y secos como guijarros, el cuerpo grueso agilizado por la rabia, la furia recogida, una sábana fría sobre un horno de sangre. La obscena, oscura violencia de esa cara…, a veces trato de relacionarla con lo que ocurrió. A diferencia de los otros, la rabia le permitía mirar el mundo de frente. Y esa mirada de frente al mundo había sido el don que había ofrecido a sus seguidores, la gente que siempre había mantenido la cabeza gacha y que se había quedado callada y que sólo con él la había alzado… Darle una forma a la rabia, la esperanza de la rabia. ¿Me escuchas?, dijo Claudia. Te estoy hablando y no me dices nada.»

Finalmente, el dolor, como algo recurrente, como un legado, como algo que heredamos cada quien, y como sociedad. Pero un dolor desesperanzador, que solo enuncia sueños sobre un futuro en el que se haya superado, pero ni siquiera el dolor propio, sino que la esperanza se centra en que lxs hijxs, esos que vienen luego de nosotrxs, ellxs si puedan superarlo, romper los silencios que los acompañan para quizás poder VIVIR. Siento que este es un tema recurrente, pues justamente encaja con la visión de la víctima que tenemos y a lo que reducen su acción: alguien que cuando hable solo nos cuente de su dolor, de la añoranza de los seres que perdió, y que lo único que espera es justicia, que espera que sus hijxs vivan mejor, que dejen de pensar en lo que pasó, una suerte de silenciamiento de lo vivido porque así sería mejor. Personas que esperarían, en definitiva, que otros hagan lo necesario para lograr esos sueños.

—Yo quisiera que no se acuerde de mí, que yo no esté allí para contarle todo lo que pasó con sus abuelos. Ya él no debe pensar en eso. Él no debe pensar que a sus tíos y abuelos los mataron, que yo estuve en Huanta con la guerra y todo lo que pasó con mis papás. Tiene que estar en otro sitio. Él tiene que sentir que puede vivir, ¿no crees que eso es lo que le puede dar una madre a su hijo, no es lo único, o sea no es eso, convencerlo de que vale la pena seguir vivo, pensar que le van a pasar cosas buenas, que él piense que le pueden a pasar cosas buenas? Por las noches cuando reza le pide a Dios que quiere sentirse bien. Tiene que sentir que puede estar bien. Aunque esté aquí y aunque no tenga muchas esperanzas, bueno, no sé. Que Miguel esté bien, que siempre esté bien por más que tenga sus problemas siempre. Es lo que ahora pienso, y por eso yo quisiera que él no sepa lo que pasó. Quisiera pues que un día tenga trabajo, tenga amigos, tenga una familia. Que esté sano. Que pueda vivir con algo para comer y ropa para vestirse y que tenga él también una familia y una casa, un lugar donde volver todos los días. Y a veces pienso ¿cómo será su vida?, ¿qué va a ser de él?, ¿puede salir de esos silencios así tan grandes que tiene?, ¿puede estudiar, ir a una buena universidad algún día?, ¿va a poder trabajar? ¿Puede tener una familia y una vida normal? ¿Y yo no le doy sino la pena que tiene? ¿No tengo la pena que se me sale todos los días? Yo estoy obligada a tener esperanzas, ¿no crees?, tengo que pensar que sí, y tengo que hacerlo pensar que va a poder, pero no sé si puedo, no sé. La esperanza es difícil cuando una tiene tantos muertos que te hablan.

Todas esas representaciones, sobre los actores de la guerra, sobre las víctimas y sobre los legados de la guerra, lamentablemente, no han cambiado tanto. Lo hemos visto el último año, en el que el gobierno dictatorial, que tiene de fachada a Dina Boluarte, a justificado la brutal represión, y los más de 50 asesinatos de manifestantes, porque eran terroristas.

En la novela «La hora azul» por más que los personajes se van encontrando a lo largo del libro, sus vidas se cruzan, como siempre pasa, y seguirá pasando, a pesar de que muchas veces no somos conscientes de eso. Pero al final, cada uno vuelve a sus lugares, a sus mundos, a sus espacios delimitados por fronteras invisibles pero muy acentuadas. Dejándome por lo menos a mi una sensación de sin sabor, como si ni siquiera en la ficción nos atreviéramos a pensar como sería si esos mundos tan distantes se fueran encontrando.

La literatura puede jugar un rol reafirmando estas maneras de ver la realidad, pero felizmente van abriéndose brechas y nuevas literaturas sobre la guerra interna que elaboran nuevos relatos, nuevas formas de ver, entender y sentir todo lo que se vivió y que se actualiza desde hace unos años.

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