Cavilaciones

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Senegal, África, un viaje soñado (II)

Después de unos días en Saint Louis, de las que les conté en la primera reseña de este viaje a Senegal, volvimos a Dakar. Mientras preparábamos nuestra siguiente ruta, pasamos unos días tranquilos en casa de nuestros amigos. Convenimos que eran tres los lugares que queríamos visitar: Sine Saloum, en donde pasaríamos nuestro último fin de semana; luego durante la última semana iríamos a la reserva natural de Bandía, y finalmente, un día antes de viajar iríamos a la emblemática Isla de Gorea.

Sine Saloum fue, sin lugar a dudas, la región que más me impresionó por sus paisajes, pero también, porque logramos pasar unos días muy calmados contemplando la vida cotidiana de la región. Nos alojamos en un albergue ecológico ubicado a las orillas del delta del Sine Saloum, donde se juntan los dos ríos que le dan nombre al delta el Sine y el Saloum y que finalmente llegan al mar. El paisaje es hermoso con innumerables pequeñas islas. La mezcla de agua dulce y agua de mar genera las condiciones necesarias para los manglares. Son aguas poco profundas por lo que cada día podíamos ver por las mañanas pasar ganaderos con su rebaño de vacas atravesar el río en una dirección y por la tarde hacer el camino inverso. Fueron un par de días super tranquilos, en familia.

Pocos días después, ya de vuelta en Dakar, nos enrumbamos para visitar el parque natural de Bandía, que queda a poco más de dos horas de camino. El objetivo principal era ver animales típicos de la región, pero al final, terminó siendo también la constatación del impacto de la colonización en todo aspecto de la vida de los países colonizados. Y sí, pues mientras íbamos recorriendo el parque y la guía nos iba contando las diferentes especies de animales y plantas presentes, en algún punto nos contó que los animales con los que inició el parque, fueron en su mayoría importados desde otros países, como Sudáfrica.

Esto me impresionó y cuando le pregunté por qué nos dijo que durante el periodo colonial principalmente, se habían exterminado las jirafas, los rinocerontes y otras especies de animales, debido a la casa practicada por los conolonizadores. Claro, luego de la independencia la caza furtiva continuó, pero es innegable que esta actividad sigue teniendo conexiones con las prácticas coloniales y las relaciones que instauró y perduraron luego de las independencias nacionales.

En el parque también nos hablaron de la importancia del baobab. Nos hablaron de como usaban los frutos y de sus poderes curativos. Nos hablaron también de como las personas se sentaban a la sombra de un baobab para conversar, para reflexionar, para transmitir de generación en generación sus historias y conocimientos. Nos hablaron de los griots que eran considerados los maestros de la palabra hablada. Eran la memoria de la sociedad. Incluso, dicen que tradicionalmente, el cuerpo de un griot sólo puede colocarse dentro de un recipiente que pueda contener su fuerza: un baobab. La guía nos llevó a uno de los baobab donde antiguamente se enterraban a los griots.

Ya casi al finalizar nuestro paseo nos llevó a ver dos inmensos baobabs y nos preguntó qué veíamos. Casi al unísono dijimos ¡elefantes! Todos reímos. Yo pensé inmediatamente en la costumbre peruana de ir a los bosques de piedras y ver en ellas formas de animales y otras criaturas.

Finalmente llegó el día de visitar la Isla de Gorea. Desde que llegamos e incluso antes, todas las personas nos decía que teníamos que ir. Yo solo entendí su significación cuando llegué a Senegal y empecé a leer no solo sobre la historia de la isla sino sobre el pasado colonial de todo el país. Y sí, había llegado a un país, Senegal, y a una isla, de Gorea, que fue uno de los puntos de partida de millones de personas esclavizadas y enviadas a las Américas.

Estar ahí fue muy significativo para mí, pues provengo de una familia peruana negra, afrodescendiente. Yo me reconozco así: negro. Es claro para mí, que mis ancestros fueron esclavizados. En algún momento fueron capturados y esclavizados. Quizás pasaran por ahí y partieran de la isla de Gorea. Desde que llegué a Senegal pensaba en eso, como si estuviera cumpliendo ese imperativo del que hablaba Nicomedes, ese “llamado de la sangre lejana, de la tierra natal, de la Madre África”. Sentía que quizás de alguna manera, a través mío y de mis hijxs, mis ancestros posiblemente estuvieran volviendo a su pacha.

Pensar sin estar en el lugar es una cosa, pero estar ahí, en la casa de los esclavos, y mientras estaba ahí, escuchar la descripción de cómo los capturaban, de cómo los trataban y en qué condiciones los tenían, fue muy fuerte para mí. Las lágrimas caían por mis mejillas, mientras pensaba en esos ancestros y ancestras míos que seguro estuvieron en un lugar similar antes de partir hacia alguna parte de América.

Uno de los últimos espacios de la casa al que te llevan es a un pasadizo que da a una puerta hacia el exterior que da al mar. Esta es la última puerta que atravesaban las personas esclavizadas antes de subir al barco que los arrancaría de África y que los llevaría a alguna parte de América para nunca más volver. A esa puerta se la conoce como la puerta del viaje sin retorno. Quise filmar ese camino, tratar de sentir y de transmitir de una manera increíblemente minúscula, lo que pudieron ver las personas que por ahí pasaron. Pero no pude.

Me sentía agobiado mientras caminaba por ese pasadizo con la puerta al fondo. Me agobiaba escuchar que una práctica habitual de los esclavistas era dividir a las familias: a los hombres los mandaban a un país, a las mujeres a otro diferente, y a sus hijxs a un tercer país. Mientras decían esto, yo volteé a ver a mis hijxs: Micaela iba a mi lado, la tenía agarrada de mi mano; Matis iba sobre la espalda de su mamá. Finalmente solo pude tomar un par de fotos, en la segunda se atravesó mi hija. Al ver la foto me lleno de angustia, imaginando cómo me sentiría si un día me la arrebatan.

No salí indemne de la isla de Gorea. No fue simplemente una visita a un lugar histórico que debería recordarnos lo que nunca más tendría que suceder. No. Durante todo el camino de retorno pensé en mí, sobre todo en cómo me identifico, en el hecho de reconocerme negro, y que desde que salí de Perú y vine a vivir a Europa, a los ojos de quienes me rodean no lo soy, acá soy un latino. Es más, durante mi estancia en Senegal, en ese retorno a África, la casi totalidad de senegaleses con quienes interactué me trataron de Toubab, un blanco. Puedo tratar de entender porqué me trataban así,  sin embargo no puedo negar que me incomodaba y hasta me ponía triste.

Es imposible no conectar toda esa historia con lo que viene pasando actualmente en Bélgica donde actualmente vivo. Imposible no pensar en hechos como el último caso de violencia racista, cuando Mathis, un niño negro de 9 años, fue tirado al suelo por un agente de policía en su escuela. Su madre lo grabó todo. Grabó como el policía retenía en el suelo a su hijo de la misma forma en que retuvieron y mataron a George Floyd.

Han pasado ya un par de meses desde ese viaje y yo sigo pensando en esas historias, pero sobre todo en las actuales islas de Gorea.

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