Cavilaciones

Cavilaciones

Un esperado reencuentro con h.i.j.o.s. Guatemala

Llegué a Guatemala por viaje de trabajo, y a pesar de que me sentía muy contento por eso, lo que más me emocionaba era que iba a (re)encontrarme con lxs H.I.J.O.S. Guatemala. ¡Luego de 14 años volvería a ver a dos hermanas de historia y de lucha!

Me gustó mucho sentir la presencia de H.I.J.O.S. en el espacio público. Desde mi primer paseo por las calles del centro de Ciudad Guatemala, cada tanto me cruzaba con una empapelada: cientos de rostros impresos en blanco y negro en hojas A4 y pegadas en las paredes, en los suelos con agua y goma. Rostros acompañados de sus nombres, con alguna frase que nos decía quiénes eran en el momento que las desaparecieron, y siempre acompañadas de… ¿Dónde Están? 45 mil desaparecidos, por memoria verdad y justicia, ¡Ni olvido ni perdón!

Yo caminaba orgulloso. Yo no había pegado ni una sola de esas imágenes pero también soy parte de H.I.J.O.S., HIJXS de Perú. Entonces mientras caminábamos iba contándole a mis colegas del trabajo, que esas empapeladas eran hechos por mis hermanxs de historias, todas duras, dolorosas, pero sobre todo mis hermanxs de luchas, por la memoria, la verdad y la justicia.

Pero su presencia no es solo en las calles, ellxs son parte de muchos procesos en Guatemala. Han colaborado con muchas instituciones del Estado y de la sociedad civil. Me pareció muy potente, y me emocionó saber que algunas de ellas habían contribuido a la elaboración de la última sala de la Casa Museo de la Memoria, tratando de conectar las luchas del pasado con las del presente.   

Fue difícil ver a los hijxs todo el tiempo, principalmente porque el motivo del viaje era trabajar. Pero cada vez que pude, corría a verlxs. Al día siguiente de llegar vi a dos de mis hermanxs, pero fue hasta una semana después que nos juntamos en gran grupo en la casa de una pareja de hijxs. Sentados ahí, uno al lado de la otra y alrededor de una mesa, brindamos y contamos. Unx a unx fueron contando sus historias, casi todas nuevas para mí.

Fuera de mí, todos se conocían, pero nadie dudo cuando la Negra propuso que se presentaran, de alguna forma, que contaran qué los había hecho HIJXS, y así yo los pudiera conocer un poco más. No fue un momento sencillo, habían muchas cosas en el ambiente, y no solo mi presencia. Un compa contó sobre su historia de desplazamiento forzado, cuando siendo solo un niño de 4 años tuvo que cruzar la frontera entre Guatemala y México en el medio de las balas militares. Era duro escuchar todos los detalles, y fue duro también oír como hablaba de lxs exiliados, de los que no se sentía parte a pesar de haber crecido fuera de Guatemala.

Había también en el ambiente todas las emociones nuestras, pero sobre todo la de nuestro hermano que en algún momento no pudo más con todo lo que significaba estar a vísperas de conmemorar los 40 años desde la desaparición de su tía, la hermana de su madre, un 8 de marzo de 1984. Se fue a acostar y me dejó pensando en esos múltiples planos que significa para nosotrxs cada año conmemorar a nuestros familiares, las múltiples facetas que atravesamos, desde la denuncia más publica que podamos hacer, hasta las emociones más íntimas que podemos sentir.

Yo no tuve la oportunidad de contar, las cosas no se dieron. Es decir, ese día no conté mi historia, pero siento que no fue necesario, varixs la conocen. Pero más allá de eso, siento que a pesar de no “contar” todxs sintieron la historia compartida, y por eso mismo me confiaron sus historias de vida y de luchas. Por eso me contaron, porque me sintieron hermano, porque sabían que estaría ahí, que no me iría.

***

Contar. Contarnos… contar nuestras historias, esa ha sido la forma en que hemos luchado contra el olvido y el silencio, pero sobre todo ha sido la forma en que hemos logrado caminar juntxs para luchar. Ha sido tan importante porque nos ha permitido poder vivir, en medio del estigma y el terruqueo. Nos ha permitido mirar al pasado, de forma crítica, y quizás por eso mismo revalorarlo sabiéndonos herederos de una historia de lucha que trasciende los años y los siglos. Nos permite sentirnos parte de un espacio de un grupo de hermanxs al que nos une el presente de lucha.

Pienso ahora lejos ya de Guatemala cuánta falta me hacía ser y estar en un espacio así, en MI espacio. Sentir esa intimidad y complicidad. Saber que podemos contar las cosas más duras, que quizás terminemos llorando, discutiendo y peleando, y que algunos minutos después terminaremos tomando y bailando, siendo lo más felices que podamos porque estamos juntxs. Pero sobre todo, y quizás lo digo por lo vivido en Perú, estar ahí es estar seguro que quienes están ahí y te escuchan ¡seguirán estando ahí!

Me cuesta recordar esos días, pensar en lo hermoso de lo vivido, en el orgullo de caminar por las calles sabiéndome de hijxs y luego pensar en lo que vivimos en Perú. Me da desazón, angustia, frustración. La falta de espacios para contar nuestra versión, para cuestionar la verdad oficial, para cambiar las miradas sobre la historia reciente, para acabar con el terrqueo, para lograr un poco de justicia y sobre todo para acabar con la impunidad, ¿Qué tanto de nuestra imposibilidad de contribuir en ese sentido se debe a un contexto tan adverso como el peruano para memorias como las nuestras, ¿y qué tanto se debe a nosotrxs mismos, y a nuestras limitaciones?

No quiero terminar este texto con tanta angustia, pues me motiva la más hermosa emoción por los días vividos con mis hermanxs en Guatemala. Es todo eso que sentimos al estar juntxs que me recarga de energía y de esperanza para seguir luchando, dando pasitos pero siempre para adelante, porque…

!La memoria es una lucha que nos une!

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